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Ramón y Cajal: los tónicos de la voluntad


La obra de Santiago Ramón y Cajal, médico, investigador y Premio Nobel español, me deja no sólo un grato sabor de boca, sino una deleitable clarificación de la importancia que el quehacer científico tiene en cualquier nación. Con un manejo tan exquisito del español (no podría esperarse menos de un investigador de tal envergadura) y un conocimiento vasto del pensamiento filosófico y científico de España desde la romanización de la Hispania hasta la época en que esta obra fue escrita (1897), Ramón y Cajal expuso de manera sencilla y clara la importancia de la ciencia experimental, y por lo tanto de los investigadores, en el seno de cualquier país. Partiendo de la premisa de que la voluntad es tan educable como la inteligencia, plantea de manera metódica, basándose en la observación y en su propia experiencia, las diversas etapas por las que un joven (o adulto, según sea el caso), decidido a tomar la batuta de la vanguardia en materia de avances científicos y tecnológicos (y en el mejor de los casos, industriales), atraviesa para poder lograrlo.


No pretendo dar un resumen de su obra, lo cual, en lugar de mostrar su profundidad y validez actual, sólo menguaría tan loable contribución al pensamiento histórico de la ciencia y a la crítica de la misma. En su lugar, quiero entresacar algunas cuestiones que, sin ser las más importantes, sí representaron para mí aspectos relevantes a resaltar.


Los tónicos de la voluntad. Reglas y consejos sobre investigación científica fue un discurso que el autor dio con ocasión de su recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en España. Esta obra llegó a mis manos por conducto de un querido amigo que, conociéndome lo suficiente, me la obsequió al primer encuentro espontáneo que tuvimos en las calles del centro de mi ciudad, hace ya un lustro, aproximadamente.

Los tónicos de la voluntad.


Ramón y Cajal aboga por una ciencia práctica y no teórica, prefiriendo y encomiando al practicante de laboratorio más que al enciclopedista; al que se ensucia las manos más que a aquel que, esperando como paloma las migajas de los sabios, sólo dedícase a comentar las hazañas de los pocos.


<Mucho aprenderemos en los libros, pero más aprenderemos en la contemplación de la Naturaleza, causa y ocasión de todos los libros. Tiene el examen directo de los fenómenos no sé qué fermento perturbador de nuestra inercia mental, cierta virtud excitadora y vivificadora, de todo ausente o apenas actuante aun en las copias y descripciones más fieles de la realidad> (Los tónicos de la voluntad. Colección Austral. Ed. Espasa-Calpe, 1941; p. 69).


Encontré a lo largo y ancho de esta ilustradora obra, similitudes en el estilo literario y en el contenido con El hombre mediocre, de José Ingenieros. Parece que el italo-argentino tomó a temprana edad el blasón del que hablaba Ramón y Cajal, y dejó plasmada la influencia del investigador español en su obra.


<…no hay cuestiones pequeñas; las que lo parecen son cuestiones grandes no comprendidas. En vez de menudencias indignas de ser consideradas por el pensador, lo que hay es hombres cuya pequeñez intelectual no alcanza a penetrar la trascendencia de lo minúsculo> (Ibid., p. 32).


España, para Ramón y Cajal, padece ciertos males que países como Francia, Alemania, Italia e Inglaterra no padecen (no al menos en magnitud y en el año en que la obra fue escrita): 1) un desinterés por el estudio de las lenguas extranjeras, 2) una inclinación a llenar las bibliotecas de novelas y poesía, y dejar en fila última las obras elegidas de pocos astrónomos, químicos, físicos, matemáticos, principalmente durante la edad media y el renacimiento y 3) una predisposición a dejar plasmadas sus ideas únicamente en español, ignorando que, si bien es una de las lenguas más habladas, no por ello es la lengua de consulta predominante en materia de ciencia.


Como dice Antonio Alatorre:


<Un hecho es claro: en nuestros días las lenguas indoeuropeas son habladas aproximadamente por media humanidad, y en ellas se escribe mucho más de la mitad de cuanto se imprime y publica en el planeta> (Los 1001 años de la lengua española. Tercera edición, algo corregida y muy añadida. FCE, 2013; p. 25).


Este hecho, si bien cierto, es desastroso. Denota un control sobre aquello que el hombre, en sociedad, lee o puede llegar a leer, y por ende, determina una forma o manera de pensar, de analizar su entorno, de estructurar su realidad y de ver la historia de la humanidad (¿qué acaso no conocemos lo que conocemos merced de lo que leemos o escuchamos en una lengua determinada? ¿Es que en verdad es importante el aprendizaje de lenguas extranjeras? ¿Por qué?). Nikolái Vasílievich Gógol, escritor ruso de origen ucraniano y de descendencia polaca, se adelantó a Franz Kafka y a todos los escritores posteriores influenciados por éste en la narrativa de lo sobrenatural. Si bien su novela Almas muertas es considerada como la primera novela rusa moderna (1842), es en sus cuentos donde vemos al vanguardista en la narrativa de lo sobrenatural del siglo XIX: las descripciones de situaciones insólitas, absurdas y caóticas, y los elementos sobrenaturales con los que sus mundos están cargados y saturados. Sin embargo, para la “historia”, "nuestra historia oficial" escrita en alguna lengua de relevante impacto global, Franz Kafka es el vanguardista en esta materia, aun cuando Gógol le antecedió en más de 70 años en la publicación de sus cuentos (Kakfa escribe, en 1914, El proceso y en 1915 La metamorfosis; Gógol publicó varias series de cuentos entre 1831 y 1835). ¿Dónde radica la diferencia y por qué se habla de Kafka, mientras que Gógol, incluso en los países eslavos, es relegado al final del estante (y en el peor de los casos ni siquiera aparece en estante alguno)? Quizás porque aquél publicó su obra en alemán y éste en ruso, y la historia siempre está escrita en una lengua, y mientras más se hable una sola lengua, más fácil es borrar la historia escrita y no escrita en lengua alguna diferente: más fácil es re-escribir la historia de un pueblo, haciéndolo ciego y sordo a sus propios colores y sonidos, respectivamente. ¡Qué importante es el estudio de las lenguas! ¡Te permite analizar la historia desde una perspectiva más amplia y emitir juicios más certeros! Y Ramón y Cajal lo tenía muy en claro. Para él, dos lenguas, a parte del inglés, son altamente importantes para aquel que quiera estar en el seno de los avances científicos: el alemán y el francés, en ese orden. Alaba en los investigadores alemanes la disciplina que tienen en los quehaceres científicos y deplora la holgazanería y displicencia de los investigadores españoles y de sus centros de investigación. Desconociendo la situación pasada de España, puedo decir que ahora el Instituto Cajal es el Centro de Investigación en neurobiología más antiguo de España y uno de los más importantes y representativos a nivel mundial por la calidad de las investigaciones que ahí se efectúan.



Al demandar al investigador español el estudio obligatorio de alguna lengua europea diferente del español, y recomendar el alemán, inglés y francés (quizás por la cercanía geográfica y por su constante producción científica) y no hacer mención alguna de la importancia de aprender el ruso, el polaco o el sánscrito, tan olvidado como sus miles de papiros concernientes a la más alta matemática, nos da un atisbo de la alta estima que a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se tenía por las lenguas germánica e inglesa, y el desdeño (quizás inconsciente, quizás premeditado) por toda lengua diferente a éstas. La hegemonía de una lengua es el control y olvido de las naciones que ceden ante ella.


Entrado el siglo XIX, en 1869, el químico ruso Dmitri Ivánovich Mendeléyev publicó sus Principios de la química, donde por vez primera dio a conocer, completa y terminada, su Tabla periódica de los elementos, organización y orden de los elementos químicos que marcó (y sigue marcando hasta la fecha) un parteaguas en el estudio de la química; a finales del siglo XIX, el médico y fisiólogo ruso Ivan Pavlov había asentado las bases de los procesos de la regulación digestiva y de la actividad nerviosa con sus experimentos que demostraron la existencia de reflejos condicionados y no condicionados, trabajos que le merecieron el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1904. Dejando a un lado los ya ampliamente conocidos científicos polacos Mikołaj Kopernik (Nicolás Copérnico), Jan Heweliusz y Maria Skłodowska-Curi, el médico y fisiólogo polaco Napoleon Nikodem Cybulski fue el descubridor, en 1894 (tres años antes de que Ramón y Cajal diera el discurso que ahora nos atañe), de las hormonas catecolaminas suprarrenales; el químico polaco Marceli Nencki estableció la estructura del grupo Hemo del complejo hemoglobina y el ingeniero polaco Stefan Drzewiecki construyó el primer submarino en 1877. En 1894, por citar un sólo ejemplo de científicos hindúes, el físico hindú Jagdish Chandra Bose fue el primer físico que demostró la transmisión de señales (ondas) a larga distancia, mucho antes de que el ingeniero italiano Guillermo Marconi fuese conocido como uno de los pioneros en el estudio de las ondas electromagnéticas. Desafortunadamente Jagdish Chandra Bose era hindú y no europeo, y aunque recibió parte de su educación en Inglaterra, su lengua materna era el bengalí: si hubiese sido inglés, le habría sido, indudablemente, reconocido su descubrimiento, pero la historia se escribió en una lengua diferente al bengalí, así que su nombre sólo aparecerá si en verdad se tiene hambre de saber y no de creer saber.


Algo similar sucedió con un invento que todos en el mundo usan, pero que ya nadie se cuestiona su origen por ser tan común su uso: la televisión a color. Hubo un tiempo en que la televisión era a blanco y negro, pero hubo un momento en que, de pronto, los colores comenzaron a ser visibles. Si bien el ingeniero y físico escocés John Logie Baird fue el primero en hacer una demostración, en 1928, de su recién inventada televisión a color (Television Apparatus and the Like, patentado en Estados Unidos), el ingeniero mexicano Guillermo González Camarena, revolucionó la televisión a color a finales de la década de 1930 (Chromoscopic adapter for television equipment, patentado en Estados Unidos, en 1942). Posteriormente, Camarena diseñó un sistema de transmisión de señales a color denominado Sistema Bicolor Simplificado, llamado en Estados Unidos Sistema Mexicano Simplificado de TV a Color (Leslie Solomon (July 1964). "Simplified Mexican Color TV" (PDF). Electronics World. 72 (1): 48 and 71.). La NASA utilizó el sistema de televisión a color inventado por el ingeniero mexicano para realizar las primeras fotografías y videos a color de Júpiter, en la misión Voyager, en 1979. Teniendo a "esos vecinos incómodos", el mundo doblega la cabeza ante el inglés, y en la lengua inglesa los nombres de los "otros" son borrados, así como el agua del mar borra las huellas en la arena. Un caso similar le sucedió al médico e investigador mexicano Ricardo Miledi y Dau. Oriundo de la Ciudad de México, colaboró durante más de una década con el investigador alemán Bernard Katz. Candidato al Premio Nobel de Fisiología o Medicina, en 1970 el comité sueco de dicho Premio determinó que éste fuese entregado a dos investigadores europeos y uno americano: al alemán Bernard Katz, al sueco Ulf von Euler y al estadounidense Julius Axelrod. Durante la lectura del discurso con motivo de la recepción de dicho Premio, Bernard Katz menciona que los descubrimientos por los cuales él estaba recibiendo el Premio Nobel los obtuvo en colaboración con el investigador mexicano (Bernard Katz - Nobel Lecture: On the Quantal Mechanism of Neural Transmitter Release). Quizás la única diferencia haya sido que uno de ellos es mexicano y el otro europeo. La misma historia se repitió, años después, con el escritor argentino Jorge Luis Borges, candidato a Premio Nobel de Literatura, en 1976. Dicho Premio nunca le fue entregado.


Con lo anterior sólo pretendo mostrar la importancia que las lenguas tienen en el quehacer científico y en la formación cultural de la humanidad. Conocer la historia de la humanidad basada en lo leído en una sola lengua es todo, menos la historia de la humanidad. Es sólo una idea formada (la mayoría de las veces deformada) de lo que dicha historia es, basada en lo leído y en lo escuchado, usando para ello una lengua específica. Si bien Alemania, en el tiempo de Ramón y Cajal, era el centro científico por excelencia (y sigue siendo, actualmente, uno de los centros científicos por excelencia en el mundo), y prueba de ello es que los científicos rusos arriba mencionados (Mendeléyev y Pavlov) pasaron por lo menos dos años en tierras alemanas, imbuyéndose y bebiendo a borbotones el conocimiento en sus mismas fuentes, para después regresar a su país y desarrollar su ciencia, de todo esto carecía el investigador español en España, al tener poca inquietud por salir del país ya que el primer año lo debía dedicar casi totalmente al aprendizaje de la lengua extranjera que ahora enfrentaba y los siguientes años al trabajo directo en el laboratorio.


<Siendo, pues, cierto de toda certidumbre que las empresas científicas exigen, más que vigor intelectual, disciplina severa de la voluntad y perenne subordinación de todas las fuerzas mentales a un objeto de estudio, ¡cuán grande es el daño causado inconscientemente por los biógrafos de sabios ilustres al achacar las grandes conquistas científicas al genio antes que al trabajo y la paciencia! ¡Qué más desea la flaca voluntad del estudioso o del profesor que poder cohonestar su pereza con la modesta cuanto desconsoladora confesión de mediocridad intelectual!> (Ramón y Cajal, Ibid., p. 49).




La forma de explicar el por qué hubo y hay gente que desborda los límites creíbles de la comprensión del Ser y del entorno, llámese Universo, sociedad o familia, y el cómo dan a conocer este conocimiento, traducido en forma de teoría o ley, siempre termina en la genialidad. Ellos son los genios, seres súper dotados de una súper capacidad de penetración en el tema de estudio que ellos eligen, y presentan súper habilidades superiores al terrestre mortal que sólo contempla a los genios gigantes como quien observa la cima de una montaña, allá, a lo lejos, muy a lo lejos. Al escuchar dichas exclamaciones, me pregunto por la cantidad de políglotas que dominaron y dominan actualmente más de 20 lenguas (habladas y escritas); me pregunto por las horas de estudio diarias invertidas en el aprendizaje de cada una de esas lenguas. Me pregunto por los químicos, físicos y matemáticos y el tiempo invertido en tratar de comprobar la veracidad o falsedad de sus hipótesis, repitiendo, por un par de años, los mismos experimentos, tratando de alcanzar la maestría en el manejo de un método o equipo, para después tener el conocimiento de causa en la modificación de dicho método con la finalidad de obtener la respuesta buscada. Me pregunto por el filósofo que, buscando el conocimiento en sí, necesitó ser políglota para poder leer a los filósofos de otras culturas y con ello enriquecer, comparar y emitir el resultado de su análisis, el cual, la mayoría de las veces, iba acompañado de un complejo fundamento matemático y natural del universo visible y la propuesta, producto del análisis y la experiencia, del fundamento metafísico, matemático también, de ese universo físico.


Apelando a la voluntad, Ramón y Cajal nos advierte que en cada uno de nosotros hay un genio en potencia. <Un genio está formado por 10% de inspiración y 90% de transpiración>, dijo alguna vez Einstein. Se requiere una idea, una intuición de algo, y mucho trabajo, que se traduce en disciplina y voluntad. Y la disciplina no está en armonía con la indisciplina, por lo que la mayoría de las veces el disciplinado se aleja de su entorno, ensimismándose para con ello seguir construyendo, ladrillo por ladrillo, esa escalera que le permitirá ver más allá de todo aquello que la humanidad ha visto, y con paso decisivo, a veces vacilante, alcanzará el último peldaño, hará suyo el conocimiento adquirido y lo verterá, como agua en un cántaro, a la humanidad, diciéndole: “¡He aquí una gotas de ambrosía! ¡He aquí una vida de búsqueda, de disciplina, de voluntad! He aquí el agua que tú bebes cual sediento, de un sólo trago, ¡mas recuerda que ese cántaro se llenó a cuenta gotas durante toda una vida!” Predecible es ya la respuesta de esa humanidad ante aquél hombre: “Él es un genio”, dirán, “por eso pudo hacer lo que hizo; qué fácil es cuando ya naces siendo genio.”


<El público del sabio vive lejos o no vive aún; lee y no oye; es tan austero y recto, que no reconoce más títulos a la gratitud y al respeto que las verdades nuevas puestas en circulación en el mercado cultural> (Ibid., p. 81).

Con la belleza que caracteriza a este escrito, el investigador español sentencia con las siguientes palabras la serena, paciente, devota y ordenada evolución del joven investigador:


<Adquiramos primero personalidad, seamos obreros útiles; más adelante veremos si se nos consiente ser arquitectos> (Ibid., p. 86).


<En suma: el principiante consagrará su máxima actividad a descubrir hechos nuevos, haciendo observaciones precisas, experimentos fecundos, descripciones exactas. De las hipótesis se servirá a título de sugeridoras de planes de investigación y promotoras de nuevos temas de trabajo. Si a pesar de todo, se siente compelido a crear vastas generalizaciones científicas, hágalo más adelante, cuando el caudal de observaciones originales allegadas le haya granjeado sólida autoridad. Entonces, y sólo entonces, será oído con respeto y discutido con desdén. Y si la fortuna le acompaña, ceñirá al fin la doble corona de investigador y filósofo> (Ibid., p. 86)



Ante la pregunta de si es o no importante viajar y conocer otras culturas, en la búsqueda del conocimiento científico y filosófico, el médico español sentencia bellamente lo siguiente:


<¿Habrá que recordar ejemplos históricos de tan trivial y vulgar secreto? Nadie ignora que los filósofos y sabios de la Grecia fueron infatigables viajeros. Cada una de aquellas inteligencias vírgenes y ansiosas de sabiduría, solía dividir su vida en dos fases: durante la primera asistía a los focos culturales de Egipto, Asiria, Persia, la India y la Gran Grecia; durante la segunda, recogíase en sí misma, sistematizaba lo aprendido y fundaba nueva escuela. El viejo Egipto adoctrinó a Grecia, como, andando el tiempo, Grecia adoctrinó a Italia y a las naciones mahometanas; y, en fin, éstas y, sobre todo, la cultísima Italia del Renacimiento (esa Italia, siempre pagana, a pesar del cristianismo, y fervorosamente enamorada de la sabiduría antigua), difundieron la ciencia clásica por el resto de Europa> (Ibid., p. 159).


¿Posible es conocer la situación de un estado actual cualquiera sin hacer uso de la comparación? Y no hablo de la comparación “a oídas”, sino de la vivida, de la experimentada. ¿Cómo saber qué está mal en un país o en la gente de ese país, si se sigue realizando el análisis desde el propio cristal del país? Menester es salir y ver, y al hacerlo, se analizará y comprenderá mejor el estado actual del país del observador y la naturaleza propia del observador. Es como querer analizar y comprender una enfermedad como el cáncer, habiendo nacido con ella y viviendo con ella, y nunca haber conocido ese otro estado sano, sin la enfermedad, que te permitiera comprender más y mejor ambos estados: no sólo el cancerígeno, sino el saludable.


Podría seguir entresacando fragmentos literarios de su obra (¡bien podría transcribir todo el libro!), más prefiero hacer extensiva la invitación, amplia y cordial, al lector para que conozca a este investigador español, acercándose a su obra literaria y a su vida: no hallará en ello pérdida alguna de tiempo. En palabras de Ruy Pérez Mantford, investigador mexicano, quiero encomiar la investigación científica, artística, y en su suma, filosófica que el hombre ha forjado en tiempos pasados, y defender la esperanza fervorosa del renacimiento del espíritu de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia y sus implicaciones evolutivas en el hombre actual y venidero:


<Quisiera mencionar que el problema de los salarios no es el único que está alejando a los jóvenes de una carrera en la investigación científica. En los últimos años ha habido una tendencia a la disminución del número de alumnos inscritos en estudios universitarios de humanidades y ciencias. En cambio, ha habido un incremento en las carreras dedicadas a la administración en sus diversas modalidades. Este fenómeno ha ocurrido a nivel mundial. Parece ser un signo de los años finales del siglo XX, que indica que las primeras preocupaciones del ser humano son de orden económico y administrativo y que casi no hay interés en sus capacidades espirituales e intelectuales. La historia de la humanidad ha mostrado repetidas veces que las modas ideológicas oscilan como un péndulo entre lo pragmático y lo idealista. Seguramente, en el futuro vendrán de nuevo épocas en que otra vez se aprecien mejor las artes, las humanidades y la ciencia.


(…) si se está ante la decisión de escoger la actividad a la que se dedicará una buena parte de la vida, conviene meditar sobre las dos siguientes frases (que han sido válidas tanto en épocas pragmáticas como idealistas):


El individuo vale por lo que es y no por lo que tiene.


La vida no analizada no vale la pena vivirla. PLATÓN> (Ruy Pérez Mantford. Reflexiones matutinas sobre la investigación científica. Viernes 10, 7:00 am. FCE, 1994; pp. 138-139).

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