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Abellio y Meyrinck: estado de alerta II

  • Juan Ramos
  • Oct 19, 2017
  • 11 min read

III. — RELATOS DE RAYMOND ABELLIO


«Cuando, en la actitud natural que es propia de la totalidad de los que existen, "veo" una casa, mi percep­ción es espontánea; es la casa lo que percibo y no mi pro­pia percepción. Por el contrario, en la actitud "trascen­dental", percibo mi percepción misma. Pero esta percepción de la percepción alterna radicalmente el esta­do primitivo. El estado vivido, ingenuo en un principio, pierde su espontaneidad precisamente por el hecho de que la nueva reflexión toma por objeto lo que era primer estado y no objeto, y de que, entre los elementos de mi nueva percepción, figuran no solamente los de la casa como tal, sino también los de la percepción misma como flujo vivido. Y lo que importa esencialmente en esta "al­teración" es que la visión concomitante que tengo, en este estado birreflexivo o mejor, reflexionado-reflexivo de la casa que fue mi motivo original, lejos de perderse, alejarse o confundirse por esta interposición de "mi" percepción segunda ante "su" percepción primaria, se encuentra paradójicamente intensificada, más clara, más presente, más cargada de realidad objetiva que antes.


»Nos encontramos aquí ante un hecho injustificable por el puro análisis especulativo: el de la transfiguración de la cosa como hecho de conciencia, el de su transformación, como diremos más tarde, en «supercosa», el de su paso del estado de ciencia al estado de conciencia. Este hecho se desconoce generalmente, aunque sea el más chocante de toda experimentación fenomenológica real. Todas las dificultades con que tropieza la fenomenolo­gía vulgar y, desde luego, todas las teorías clásicas del "conocimiento", residen en el hecho de que consideran la pareja conciencia-conocimiento (o más exactamente, conciencia-ciencia) como capaz de abarcar por sí sola la totalidad de lo vivido, siendo así que habría que consi­derar en realidad la trilogía conocimiento-conciencia-ciencia, que es la única que permite un arraigo realmente ontológico de la fenomenología. Ciertamente, nada puede poner de manifiesto esta transformación, salvo la experiencia directa y personal del mismo fenomenólogo.




»Nadie puede pretender haber comprendido la feno­menología realmente trascendental si no ha practicado con éxito este experimento y no se ha visto él mismo "iluminado" por aquél. El dialéctico más sutil, el lógico más agudo, si no han vivido aquella experiencia y no han visto, por tanto, otras cosas debajo de las cosas, sólo po­drán hilvanar discursos sobre la fenomenología, pero no asumir una actividad realmente fenomenológica. Tome­mos un ejemplo más preciso. Desde lo más remoto de mi recuerdo, siempre he sabido distinguir los colores: el azul, el rojo, el amarillo. Los veían mis ojos, tenía de ellos la experiencia latente. Ciertamente, "mis ojos" no se preguntaban sobre ellos, y, por lo demás, ¿cómo ha­brían podido formular preguntas? Su función es ver, no verse viendo; pero mi cerebro mismo estaba como adormecido, no era en absoluto el ojo del ojo, sino una simple prolongación de este órgano. Así, decía solamen­te, y casi sin pensarlo: éste es un bello rojo, o un verde un poco apagado, o un blanco brillante.


»Un día, hace algu­nos años, paseando por los viñedos que se extienden en cornisa sobre el lago Leman y que constituyen uno de los más bellos escenarios del mundo, tan bello y tan vas­to como el "Yo", que, a fuerza de dilatarse, se siente di­suelto en él y bruscamente se recupera y se exalta, se produjo un acontecimiento súbito y para mí extraordinario. Yo había visto cien veces el ocre de la vertiente abrupta, el azul del lago, el violeta de los montes de Saboya y, al fondo, los glaciares resplandecientes del Gran Combin. Supe por primera vez que jamás los ha­bía mirado. Sin embargo, vivía allí desde hacía tres me­ses. Desde el primer instante, ciertamente, este paisaje no había logrado disolverme, sino que lo que le respondía en mí no era más que una exaltación confusa. Cierto, e1 "Yo" del filósofo es más fuerte que todos los paisajes. El sentimiento punzante de la belleza no es más que la recuperación por el "Yo", que se fortifica con ello, de la distancia infinita que le separa de aquélla. Pero aquel día supe, bruscamente, que yo mismo creaba aquel paisaje, que nada era sin mí:


»"Soy yo quien te veo, y que me veo verte, y que, al verme, te hago."




»Este verdadero grito in­terior es el que lanza el demiurgo a raíz de "su" creación del mundo. No es sólo suspensión en un mundo "anti­guo", sino proyección de uno "nuevo". Y en aquel ins­tante, en efecto, el mundo fue de nuevo creado. Jamás había visto semejantes colores. Eran cien veces más in­tensos, más matizados, más "vivos". Supe que acababa de adquirir el sentido de los colores, que había renacido a los colores, que jamás, hasta entonces, había visto real­mente un cuadro p penetrado en el Universo de la pintu­ra.


»Pero supe también que, por esta llamada a sí de mi propia conciencia, por esta percepción de mi percep­ción, tenía la llave del mundo de la transfiguración, que no es un trasmundo misterioso, sino el mundo verdade­ro, aquel en que la Naturaleza nos tiene "exiliados". Nada de común, por cierto, con la atención. La transfi­guración es plena, la atención no lo es. La transfigura­ción se conoce en su suficiencia cierta, la atención tiende a una suficiencia eventual. No puede decirse, entiéndase bien, que la atención sea vacía. Por el contrario, es no-vacía. Pero la no-vacuidad no es la plenitud. Cuando volví al pueblo aquel día, las gentes con quienes me cruzaba estaban en su mayoría "atentas" a su trabajo: sin embargo, todos me parecían sonámbulos.»


(Raymond Abellio, Cahiers du Cercle d'Etudes Métaphysiques, 1954. Traducción de J. Ferrer Alleu).




IV. — EL ADMIRABLE TEXTO DE GUSTAV MEYRINCK




«La llave que nos hará dueños de la naturaleza inte­rior está oxidada desde el Diluvio.


»Se llama: velar.


»Velar lo es todo.


»El hombre está firmemente convencido de que vela; pero, en realidad, está preso en una red de sueño y de sueños que ha tejido él mismo. Cuanto más se aprie­ta la red, mejor impera el sueño. Los que están sujetos por sus mallas son los durmientes que caminan por la vida como rebaños de ganado llevados al matadero, indiferentes y sin pensar.


»Los soñadores sólo ven, a través de las mallas, un mundo enrejado, no perciben más que aberturas enga­ñosas obran en consecuencia y no saben que estos cua­dros son simplemente los restos insensatos de un todo enorme. Estos soñadores no son, como tal vez tú crees, los fantasiosos y los poetas: son los trabajadores, los sin reposo del mundo, los que están roídos por la locu­ra de obrar. Se parecen a los torpes escarabajos laborio­sos que suben a lo largo de un tubo liso para hundirse en él en cuanto han llegado arriba. Dicen que velan, pero lo que creen que es vida no es en realidad más que un sueño, determinado anticipadamente hasta en sus menores detalles y sustraído a la influencia de su vo­luntad.


»Ha habido y hay todavía algunos hombres que sa­bían que soñaban, pioneros que avanzaron hasta las murallas detrás de las cuales se ocultaba el yo eterna­mente despierto: videntes como Descartes, Schopenhauer y Kant. Pero no poseían las armas necesarias para el asalto de la fortaleza, y su llamada a combate no des­pertó a los durmientes.


»Velar lo es todo.




»¡Vela en todo lo que hagas! No te creas ya despier­to. No, tú duermes y sueñas.


»Reúne todas tus fuerzas y haz que por un instante resplandezca en todo tu cuerpo este sentimiento: ¡aho­ra, estoy en vela!


»Si esto te da resultado, reconocerás enseguida que el estado en que te encontrabas te parece ahora un embotamiento y un sueño.


»Éste es el primer paso vacilante del largo, larguísimo viaje que conduce de la servidumbre al todopoder. Avanza de esta manera, de despertar en despertar. No existe idea atormentadora que no puedas recha­zar de esta manera. Se queda atrás y ya no puede alcan­zarte. Te extiendes por encima de ella como la copa de un árbol se eleva sobre las ramas secas.


»El dolor se aleja de ti como las hojas muertas cuan­do esta vela se apodera igualmente de tu cuerpo.




»Los baños helados de los brahmanes, las noches de vigilia de los discípulos de Buda y de los ascetas cristia­nos, los suplicios de los faquires hindúes, no son más que ritos esculpidos que indican que allí se elevaba el templo de aquellos que se esforzaban en velar.


»Lee las Escrituras santas de todos los pueblos de la Tierra. Por todas ellas se desliza, como un hilo rojo, la ciencia oculta de la vela. Es la escala de Jacob, que com­bate toda la «noche» con el ángel del Señor, hasta que llega el «día» y obtiene la victoria.


»Tienes que subir uno tras otro los peldaños del des­pertar, si quieres vencer a la muerte. El escalón inferior se llama, ya, genio. ¿Cómo debemos llamar a los grados superiores?


»Permanecen ignorados por la muchedumbre y son te­nidos por leyendas.


»La historia de Troya fue tenida por leyenda, hasta que al fin un hombre tuvo el valor de excavar por sí mismo.


»En este camino del despertar, el primer enemigo que encontrarás será tu propio cuerpo. Lucharás conti­go hasta el primer canto del gallo. Pero si percibes el día del despertar eterno que te aleja de los sonámbulos que creen ser hombres y que ignoran que son dioses dormi­dos, entonces el sueño de tu cuerpo desaparecerá también y dominarás el Universo.




»Entonces podrás hacer milagros, si así lo quieres, y no te verás obligado a esperar, como un humilde escla­vo, que un cruel dios falso tenga la amabilidad de lle­narte de presentes o de cortarte la cabeza.


»Naturalmente, la felicidad del perro fiel, servir a un dueño, no existirá ya para ti; pero, sé franco contigo mismo: ¿querrías incluso ahora, cambiarte con tu perro?


»No te dejes asustar por el miedo de no alcanzar el fin de esta vida. El que ha encontrado este camino vuel­ve siempre al mundo con una madurez interior que le hace posible la continuación de su trabajo. Nace como «genio».


»El sendero que te muestro está sembrado de acon­tecimientos extraños: ¡muertos que has conocido se levantarán y te hablarán! ¡No son más que imágenes! Se te aparecerán siluetas luminosas que te bendecirán. No son más que imágenes, formas exaltadas por tu cuerpo, el cual, bajo la influencia de la voluntad transformada, morirá de muerte magnífica y se convertirá en espíritu, como el hielo, alcanzado por el fuego, se disuelve en vapor.


»Cuando te hayas desprendido del cadáver que hay en ti, sólo entonces podrás decir: ahora el sueño se ha alejado de mí para siempre.


»Entonces se habrá cumplido el milagro en que los hombres no pueden creer —porque, engañados por sus sentidos, no comprenden que materia y fuerza son la misma cosa— y el milagro de que, aun si te entierran, no habrá cadáver en tu ataúd.


»Sólo entonces podrás diferenciar lo que es realidad de lo que es apariencia. Sólo encontrarás a aquel que haya emprendido el camino antes que tú. Todos los demás son sombras.


»Hasta allí no sabes si eres la criatura más feliz o la más desgraciada. Pero no temes nada. Ni uno de los que han tomado el sendero de la vigilia, aunque se haya extraviado, ha sido nunca abandonado por sus guías.


»Quiero darte una señal por la que podrás reconocer si una aparición es realidad o sólo imagen: si se acerca a ti, si tu conciencia se turba, si las cosas del mundo exte­rior son vagas o desaparecen, desconfía. ¡Mantente en guardia! La aparición no es más que una parte de ti mis­mo. Si no la comprendes, es sólo un espectro, sin consistencia, un ladrón que consume una parte de tu vida.


»Los ladrones que roban la fuerza del alma son peo­res que los ladrones del mundo. Te atraen como fuegos fatuos al pantano de una esperanza engañosa, para de­jarte solo en las tinieblas y desaparecer para siempre.


»No te dejes cegar por ningún milagro que parez­ca realizado en tu favor, por ningún nombre sagrado que se den, por ninguna profecía que formulen, aunque ésta se cumpla; son tus enemigos mortales, arrojados del infierno de tu propio cuerpo, y con los cuales lu­chas por el dominio.


»Sabe que las fuerzas maravillosas que poseen son las tuyas propias desviadas por ellos para mantenerte en la esclavitud. No pueden vivir fuera de tu vida, pero, si los vences, se hundirán y se convertirán en instru­mentos mudos y dóciles que podrás emplear según tus necesidades.


»Son innumerables las víctimas que han hecho entre los hombres. Lee la historia de los visionarios y de los sectarios y aprenderás que el sendero que sigues está sembrado de cráneos.


»Inconscientemente, la Humanidad ha levantado contra ellos una muralla: el materialismo. Esta muralla es una defensa infalible; es una imagen del cuerpo, pe­ro es también un muro de prisión que te impide la vista, Hoy andan dispersos, y el fénix de la vida interior re­sucita de las cenizas en que ha estado largo tiempo acostado como muerto, pero los buitres de otro mundo em­piezan a batir las alas. Por esto te pones en guardia. La balanza en que deposites tu conciencia te mostrará cuán­do puedes tener confianza en las apariciones. Cuanto más despierta esté, tanto más pesará en tu favor.


»Si un guía, un hermano de otro mundo espiritual, se te quiere aparecer, debe poder hacerlo sin despojar tu conciencia. Puedes acercar tu mano a su costado, como Tomás, el incrédulo.


»Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros. No tendrías que hacer más que comportarte como un hombre corriente. Pero, ¿qué ganarías con ello? Segui­rías siendo un prisionero en la cárcel de tu cuerpo hasta que el verdugo «Muerte» te llevase al patíbulo.


»El deseo de los mortales de ver los seres sobrenatu­rales es un grito que despierta incluso a los fantasmas del infierno, porque este deseo no es puro...; porque es avi­dez más que deseo, porque quiere «asir» de un modo cualquiera en vez de gritar para aprender a «dar».


»Todos los que consideran la Tierra como una cár­cel, todas las gentes piadosas que imploran la libera­ción, evocan sin darse cuenta el mundo de los espec­tros. Hazlo tú también. Pero conscientemente.


»Para los que lo hacen inconscientemente, ¿existe una mano invisible que pueda sacarlos del pantano que los absorbe? Yo no lo creo así.


»Cuando, en el camino del despertar, cruces el reino de los espectros, comprenderás poco a poco que son sencillamente ideas que puedes ver de pronto con tus ojos, porque el lenguaje de las formas es diferente del del cerebro.


»Entonces llega el momento en que se cumple la transformación: los hombres que te rodean se converti­rán en espectros. Los que has amado se convertirán de golpe en larvas. Incluso tu propio cuerpo.


»No se puede imaginar soledad más terrible que la del peregrino en el desierto, y quien no sabe encontrar el manantial de agua viva en él, se muere de sed.




»Todo lo que te digo se encuentra en los libros de los hombres piadosos de todos los pueblos: el advenimien­to de un nuevo pueblo, la vigilia, la victoria sobre el cuerpo y la soledad. Y, sin embargo, un abismo infran­queable nos separa de esas gentes piadosas: creen que se acerca el día en que los buenos entrarán en el paraíso y los malos serán arrojados en el infierno. Nosotros sabe­mos que llegará un tiempo en que muchos se desperta­rán y serán separados de los durmientes, que no pueden comprender lo que significa la palabra vela. Sabemos que no existe el bueno ni el malo, sino sólo el justo y el falso. Creen que velar significa mantener los sentidos lú­cidos y los ojos abiertos durante la noche, de modo que el hombre pueda hacer sus oraciones. Nosotros sabe­mos que la vigilia es el despertar del Yo inmortal y que el insomnio del cuerpo es una consecuencia natural. Creen que el cuerpo debería ser abandonado y despreciado porque es pecador. Nosotros sabemos que no hay peca­do; el cuerpo es el principio de nuestra obra, y hemos bajado a la Tierra para convertirlo en espíritu. Creen que deberíamos vivir en la soledad con nuestro cuerpo para purificar el espíritu. Nosotros sabemos que nues­tro espíritu debe ante todo ir a la soledad para transfigu­rar el cuerpo.


»Tú debes elegir el camino a tomar: el nuestro o el suyo. Debes obrar según tu propia voluntad.


»No tengo derecho a aconsejarte. Es más saludable coger por propia decisión el fruto amargo de un árbol que ver colgado un fruto dulce aconsejado por otro.


»Pero no hagas como muchos que saben que está es­crito: examinarlo todo y conservar sólo lo mejor. Hay que andar, no examinar nada y retener lo primero que viene.»


(De la novela Le Visage Veri, traducida al francés por el doctor Etthofen y Mlle. Perrenoud. Éd. Émile Paul Fréres, París, 1932. Al español, la novela de Gustav Meynrick está traducida como El rostro verde).


 
 
 

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