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Jacques Bergier: una nueva intuición

  • Juan Ramos
  • Jul 15, 2018
  • 5 min read

I. UNA NUEVA INTUICIÓN



En fin, al elevar el pensamiento matemático a su más alto grado de abstracción, el hombre se da cuenta de que este pensamiento no es tal vez de su propiedad exclusiva. Descubre que los insectos, por ejemplo, pa­recen tener conciencia de propiedades del espacio que se nos escapan, y que acaso existe un pensamiento matemático universal, y que tal vez un cántico del espíritu superior brota de la totalidad de lo viviente...

De este mundo en que, para el hombre, ya no hay nada seguro, ni él mismo, ni el mundo tal como lo definían las leyes y los hechos antaño admitidos, nace a toda velocidad una mitología. La cibernética ha hecho nacer la idea de que la inteligencia humana ha sido rebasada por la del cerebro electrónico, y el hombre ordinario sueña en el ojo verde, la máquina «que piensa» con la misma preocupación y el mismo espanto con que el antiguo egipcio soñaba con la Esfinge. El átomo se ha apo­sentado en el Olimpo, empuñando el rayo. Apenas se había empezado cuando ya las gentes de los alrededores decían que se secaban sus tomates. La bomba descom­pone los tiempos y nos hace engendrar monstruos. Una literatura llamada de ciencia ficción, más abundante que la literatura psicológica, compone una Odisea de nues­tro siglo, con marcianos y seres mudables, y un Ulises metafísico que vuelve a su país después de vencer al tiempo y al espacio.

A la pregunta: «¿Somos los únicos?», viene a aña­dirse otra: «¿Somos los últimos?» ¿Se detiene la evolución en el hombre? ¿No estará ya formándose el Supe­rior? ¿No estará ya entre nosotros? Y este Superior, ¿tenemos que imaginarlo como un individuo o como un ser colectivo, como la masa humana entera en vías de fermentar y coagularse, arrastrada toda ella al lo­gro de la conciencia de su unidad y de su ascensión? En la era de las masas, el individuo muere, pero es la muer­te salvadora de la tradición espiritual: morir para nacer al fin. Muere a la conciencia psicológica para nacer a la conciencia cósmica. Siente la formidable presión del di­lema: morir resistiéndose, o morir obedeciendo. Del lado de la negativa, de la resistencia, está la muerte to­tal. Del lado de la obediencia, está la muerte rellano que conduce a la vida total, pues se trata de preparar a la multitud para la creación de un psiquismo unánime regido por la conciencia del Tiempo, del Espacio y del afán de descubrimiento.


Mirándolo de cerca, todo esto refleja mejor el fondo de los pensamientos y de las inquietudes del hombre de hoy que los análisis de la novela neonaturalista o los es­tudios politicosociales; pronto nos daremos cuenta de ello, cuando los que usurpan la función de testigos y ven las cosas nuevas con ojos antiguos, sean fulminados por los hechos.

En este mundo abierto sobre lo extraño, el hombre ve surgir a cada paso puntos de interrogación tan desmesurados como eran los animales y vegetales antedi­luvianos. No están hechos a su medida. Pero, ¿cuál es la medida del hombre? La sociología y la psicología han evolucionado mucho más despacio que la física y las matemáticas. Es el hombre del siglo XIX el que se en­cuentra de pronto en presencia de un mundo diferente. Pero, el hombre de la sociología y de la psicología del siglo XIX, ¿es el hombre verdadero? Nada menos seguro. Después de la revolución intelectual provocada por el Discurso del método, después del nacimiento de las ciencias y del espíritu enciclopédico, después de la gran aportación del racionalismo y del cientificismo optimista del siglo XIX, nos hallamos en un momento en que la inmensidad y la complejidad de lo real que acaba de descubrirse deberían modificar necesariamente lo que pensábamos hasta hoy de la naturaleza del conocimien­to humano, conmover las ideas sobre las relaciones del hombre con su propia inteligencia; en una palabra, exi­gir una actitud muy diferente de lo que todavía ayer lla­mábamos actitud moderna. A una invasión de lo fan­tástico exterior debería corresponder una exploración de lo fantástico interior. ¿Existe lo fantástico interior? Y lo que el hombre ha hecho, ¿no sería proyección de lo que es o de lo que llegará a ser?

Vamos, pues, a proceder a esta exploración de lo fantástico interior. Ó, al menos, nos esforzarlos en ha­cer sentir la necesidad de esta exploración, y esbozare­mos un método.

Naturalmente, no hemos tenido tiempo ni medios de realizar mediciones y experimentos que nos parecieron deseables y que tal vez serán intentados por inves­tigadores más calificados. Pero el objeto de nuestro tra­bajo no era medir ni experimentar. Se limitaba, aquí, como en todo el grueso volumen, a recoger hechos y relaciones entre los hechos, que la ciencia oficial olvida a veces, y otras les niega el derecho a la existencia. Esta manera de trabajar puede parecer insólita y despertar sospechas. Sin embargo, a ella se han debido los gran­des descubrimientos.


Darwin, por ejemplo, no procedió de otra manera, coleccionando y comparando informaciones despre­ciadas por los demás. La teoría de la evolución nació de esta colección aparentemente absurda. De la misma manera, y salvando las debidas proporciones, nosotros hemos visto nacer en el curso de nuestro trabajo una teoría del hombre interior verdadero, de la inteligencia total y de la conciencia despierta.

Este trabajo es incompleto: habríamos necesitado diez años más. Aparte de ello, sólo ofrecemos un resu­men, o mejor una imagen, a fin de no cansar al lector, pues contamos precisamente con su frescura de espíri­tu, ya que nosotros hemos procurado mantenernos siempre en este clima.

Inteligencia total, conciencia despierta; nos parece bien que el hombre se encamine a estas conquistas esenciales, en el seno del mundo en pleno renacimiento y que parece exigirle ante todo la renuncia a la libertad. Pero, la libertad, ¿para hacer qué?, preguntaba Lenin. Efectiva­mente, la libertad de ser lo que era, le está siendo retirada poco a poco. La única libertad que pronto le será otorga­da es la de ser otro, la de pasar a un estado superior de in­teligencia y de conciencia. Esta libertad no es de esencia psicológica, sino mística, al menos ateniéndonos a los es­quemas de antaño, al lenguaje de ayer. En cierto sentido, pensamos que la civilización consiste en que el avance llamado místico se extienda sobre la tierra humeante de fábricas y vibrante de cohetes, a la Humanidad entera, y se verá que este avance es práctico, que es, en cierto modo, el «segundo soplo» necesario a los hombres para acoplarse a la aceleración del destino de la Tierra.


«ÉL nos ha creado lo menos posible. La libertad, este poder de ser la causa, esta facultad del mérito, quiere que el hombre se rehaga ÉL mismo.»

 
 
 

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