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Jacques Bergier: un ser humano fantástico


Este escritor llegó a mi vida cuando yo contaba con 15 años. Su libro, El retorno de los brujos, el primero que leí, me abrió los ojos al mismo universo en el cual yo vivía, pero descorrido uno de sus velos para contemplarlo con mayor claridad. Su nombre verdadero fue Yakov Mikhailovich Berger, ucraniano de nacimiento quien, posteriormente, decidió adoptar el nombre por el cual sería conocido por unos pocos, unos pocos entre los que me encuentro yo: Jacques Bergier. Matemático, ingeniero químico, historiador, espía, alquimista (se autodenominó así... y en verdad lo era), escritor, políglota (hablaba y escribía ruso, ucraniano, hebreo, francés, inglés y alemán) y demás, la vida de Jacques Bergier es una vida para recordar. Poco se ha escrito o hablado sobre él, y lo que se sabe es merced de sus escritos y de su autobiografía escrita en francés Je ne suis pas une légende (Yo no soy una leyenda), publicada en 1977 y la cual no ha sido traducida al español (y creo que a ninguna otra lengua).


Mi contacto con él, como anteriormente lo comenté, fue a través de su libro El retorno de los brujos. Este libro fue redactado en colaboración con el periodista francés Louis Pauwels. La historia cuenta que Louis Pauwels tenía en mente la redacción de un libro en donde abordase el análisis de ciertas sociedades secretas, pero la colaboración con Jacques Bergier llevó a la culminación de una obra cuyos precedentes no tuvo y cuyos alcances se extienden hasta el día de hoy, que me encuentro hablando de él como de una joya muy bien guardada.


<Este libro, como ya he dicho, debe mucho a Jacques Bergier. No solamente en su teoría general, que es el fruto del matrimonio de nuestras ideas, sino también por su documentación. Todos los que han conocido a este hombre de memoria sobrehumana, de curiosidad devoradora y -lo que es aún más raro- de presencia de espíritu constante, me creerán si les digo que un lustro al lado de Bergier me ha ahorrado veinte años de lectura activa. En su cerebro poderoso funciona una biblioteca formidable: la elección, la clasificación, las más complejas conexiones se producen en ella con rapidez electrónica. El espectáculo de esta inteligencia en movimiento ha provocado siempre en mí una exaltación de las facultades, sin la cual me hubiese sido imposible la concepción y la realización de esta obra.> (Louis Pauwels y Jacques Bergier. El retorno de los brujos. Plaza & Janés, 1975, p. 30).


Pasaron cerca de 14 años sin que tocase una sola de sus polvorientas hojas, pero hace apenas unos días terminé de leer, por segunda ocasión, tan menuda obra (en cuanto a la cantidad de páginas), pero amplia en cuanto al oasis que representa en medio de tantos desiertos ideológicos. Voltear las hojas viejas de este libro despastado y leer las sentencias bien pensadas, bien meditadas de estos dos escritores, me ha hecho valorar aún más a esas dos mentes preclaras que, en su momento, alentaron aires de búsqueda y de interpretación de lo "desconocido", de lo inaudito, de lo invisible: la mezcla perfecta entre la genialidad y locura de Jacques Bergier, y la soberbia capacidad periodística y el estilo literario de Louis Pauwels. A decir verdad, esta obra fue mi iniciación en la búsqueda de sus fuentes literarias y en la comprobación de sus palabras. El estilo literario es difícil de encasillar: en un mismo párrafo sientes que tienes una novela que no es novela, una autobiografía que es una biografía multi-biográfica, un análisis de los descubrimientos científicos desde una perspectiva tan rica en posibilidades como complicada por sus ilimitadas ramificaciones, y una historia, no contada, de la historia del mundo no conocida.


<Este libro no es un novela, aunque su intención sea novelesca. No pertenece a la "science-fiction", aunque se rocen los mitos que alimentan este género. No es una colección de hechos chocantes, aunque el ángel de lo Chocante se encuentre aquí en su elemento. Tampoco es una contribución científica, el vehículo de una asignatura desconocida, un testimonio, un documental o una moraleja. Es el relato, a ratos legendario y a ratos exacto, de un primer viaje a los dominios apenas explorados del conocimiento.> (Ibid., p. 28).


La publicación de la obra en francés Le Matin des Magiciens, en 1960, a cargo de la editorial James & Planés, marcó un hito en la historia: entre 1960 y 1970, dos millones de libros se vendieron. Le Matin des Magiciens, traducido al inglés, en 1963, como The Dawn of Magic, y como Morning of the Magicians, en 1964, vio por fin la luz en la lengua española cuando la traducción al español, en 1972 y a cargo del talentoso traductor J. Ferrer Aleu, hizo su aparición bajo la misma editorial y con el revelador nombre de El retorno de los brujos. La edición que leí fue la de 1975, misma que he guardado celosamente en mi pequeño librero.


Difícil me es escribir sobre Bergier, pues su vida misma es, ya de por sí, fantástica. En su autobiografía Je ne suis pas une légende, Bergier comenta que comenzó a leer a la edad de 2 años; a los 4 años ya hablaba y leía ruso, hebreo y francés, y para cuando ya tenía 8 años, escribía y hablaba perfectamente ucraniano, ruso, hebreo, francés, alemán e inglés, y había ya comenzado sus estudios, autodidácticamente, en matemáticas y física. Desde pequeño había sido un asiduo lector: leía de 4 a 10 libros por semana, siendo la literatura de ciencia ficción su predilecta... Sé que sonríes al leer esto, pero lo sorprendente no termina ahí, ¡sino que está por venir!


La química, física y matemática polaca Maria Skłodowska-Curie se hizo a la fama, debido también a otros logros, por el descubrimiento de un nuevo elemento radiactivo al cual, en honor a su patria, Polonia, lo denominó polonio. Este descubrimiento tuvo lugar en 1898. Maria Skłodowska-Curie obtuvo su Doctorado en Ciencias Físicas en 1903, siendo su asesor de tesis el físico francés y futuro Premio Nobel de Física Gabriel Lippmann (obtuvo dicho Premio en 1908). Dentro de los estudiantes de Doctorado que Gabriel Lippmann tuvo, figuró también el químico y físico francés, y futuro primer profesor de fisicoquímica en Francia, André Helbronner (es muy probable que André Helbronner y Maria Skłodowska-Curie se hayan conocido, habiendo trabajado ambos en el mismo laboratorio de G. Lippmann: M. Skłodowska-Curie obtuvo su Doctorado en 1903 y A. Helbronner en 1904). Además de ser alumno de G. Lippmann, A. Helbronner también fue alumno y amigo de los químicos alemanes y Premios Nobel de Química Walther Hermann Nernst y W. Ostwald (la vida de cada una de las personas que acabo de mencionar en este párrafo merecería más que unas simples líneas como las que acabo de redactar: todos ellos no sólo fueron grandes científicos por las bases que sentaron en sus campos de investigación, sino grandes humanistas y políglotas). Regresemos a André Helbronner, pieza clave en la comprensión de un fragmento de la vida de Jacques Bergier.


En la década de 1930, Jacques Bergier estudió Matemáticas y Química General y Aplicada en la Universidad de Sobornne, y después ingresó a la Escuela Nacional Superior de Química de París, donde se graduó como Ingeniero Químico. En 1931, a la edad de 19 años y junto a su compañero de estudios Alfred Eskenazi, estableció un laboratorio de física nuclear, en París. En 1934, André Helbronner le pidió a Bergier que colaborara con él en su recién abierto laboratorio de investigación nuclear, en París, siendo así el inicio de una amistad y colaboración que los llevaría al seno de las armas nucleares usadas durante la Segunda Guerra Mundial y al asedio y tortura por parte de la Gestapo en la década de los 40. De 1934 a 1940, A. Helbronner y J. Bergier trabajaron juntos, obteniendo resultados que abrirían brecha en la síntesis química y en la física y química nucleares: realizaron la primera síntesis de un elemento radiactivo, el polonio. A partir de entonces, los elementos radiactivos se volvieron asequibles para el químico, en su laboratorio. Aunado a ello, descubrieron usos del "agua pesada" en las reacciones nucleares que impactaron en el posterior desarrollo de los reactores nucleares de agua pesada a presión.


Siempre me he preguntado cómo pudo haber sido el conocer en persona a J. Bergier: habiendo tantos químicos de renombre en esa época, A. Helbronner buscó a un joven de 22 años...


Lo poco que sabemos sobre él es gracias a sus escritos y a lo que sus amigos escritores escribieron sobre él.

<El extraordinario hombrecillo, atiborrado de secretos de la energía atómica, había tomado aquel camino como atajo. Volé, agarrado a sus faldones y a una velocidad supersónica, entre los textos venerables concebidos por sabios enamorados de la lentitud, borrachos de paciencia. Bergier tenía la confianza de algunos de los hombres que, todavía hoy, se entregan a la alquimia. Tenía también el oído de los sabios modernos. A su lado, pronto adquirí la certeza de que existe una estrecha relación entre la alquimia tradicional y la ciencia de vanguardia. Vi que la inteligencia tendía un puente entre dos mundos. Avancé por este puente, y vi que aguantaba. Tuve el con­tacto más moderno que cabe tener con la alquimia: una conversación en una tasca de Saint Germain des Prés. Después, mientras intentaba dar un sentido más completo a lo que me había dicho aquel hombre joven, tro­pecé con Jacques Bergier, que no salía lleno de polvo de una buhardilla llena de libros viejos, sino de los lugares en que se concentra la vida del siglo: los laboratorios y las oficinas de información. Bergier buscaba también alguna cosa por las rutas de la alquimia. Y no era para hacer una peregrinación al pasado.> (Ibid., p. 139).



A. Helbronner y Jacques Bergier "sabían y hacían" mucho, especialmente aquello que "algunos" no querían que supieran e hicieran. Ambos fueron apresados y torturados por la policía secreta alemana, la Gestapo, y puestos en campos de concentración diferentes: A. Helbronner pasó los últimos años de su vida siendo torturado, tratando de forzar su convicción para trabajar para el Gobierno alemán en el programa V26, perdiendo su vida en el campo de concentración en Buchenwald, en 1944, mientras que J. Bergier pasó varios años en el campo de concentración de Mauthausen, del cual logró salir con vida.


<Henos ahora en una mañana de julio de 1945. Todavía escuálido y descolorido, Jacques Bergier, vestido de ca­qui, está forzando una caja de caudales por medio de un soplete. Es una nueva metamorfosis. Durante los últi­mos años, ha sido sucesivamente agente secreto, terro­rista y deportado político. La caja fuerte se encuentra en una hermosa villa, a orillas del lago Constanza, que fue propiedad del director de un gran «trust» alemán. Una vez abierta, la caja fuerte nos entrega su secreto: una botella que contiene un polvo extraordinariamente pe­sado. Reza el marbete:


«Uranio, para aplicaciones atómicas.»


Es la primera prueba formal de la existencia en Alemania de un proyecto de bomba atómica suficiente­mente adelantado para exigir grandes cantidades de ura­nio puro. Goebbels no mentía del todo cuando, desde el bunker bombardeado, hacía circular por las calles en ruinas de Berlín el rumor de que el arma secreta estaba a punto de estallar en las narices de los «invasores». Ber­gier dio cuenta del descubrimiento a las autoridades aliadas. Los americanos se mostraron escépticos y de­clararon que toda investigación sobre la energía nuclear carecía de interés. Era un ardid. En realidad, su primera bomba había estallado ya secretamente en Alamogordo...

(...)

En Francia no se sabía nada de cierto, pero había indicios. Y especialmente éste, para los avisados: los americanos compraban a precio de oro los manuscritos y documentos sobre alquimia.


Bergier dirigió un informe al Gobierno provisional sobre la realidad probable de investigaciones sobre explosivos nucleares, tanto en Alemania como en los Es­tados Unidos. Sin duda, el informe fue a parar al cesto de los papeles, y mi amigo conservó la botella, que agi­taba ante las narices de la gente, declarando: «¿Ven ustedes esto? ¡Bastaría con que un neutrón pasara al inte­rior para que volase todo París!» Al hombrecillo de cómico acento le gustaba, sin duda, bromear, y todo el mundo se maravillaba de que un deportado recién salido de Mauthausen hubiese conservado tanto humor. Pero la broma perdió bruscamente toda su gracia aquella mañana de Hiroshima. El teléfono empezó a sonar sin descanso en la habitación de Bergier. Diversas autoridades competentes pedían copias del informe. Los servicios de información americanos rogaban al poseedor de la famosa botella que se pusiera urgentemente en contacto con cierto comandante que no quería dar su nombre. Otras autoridades exigían que se apartase inmediatamente la botella de la aglomeración parisiense. Todo en vano. Bergier explicó que, con toda seguridad, la botella no contenía uranio 235 puro, y que, aunque lo contuviese, el uranio estaba sin duda por debajo de la masa crítica. En otro caso, habría estallado mucho tiempo ha. Le confiscaron su juguete, y ya no volvió a saber de él.

(...)

No le quedaba más remedio, para satisfacer su cu­riosidad, que ponerse en contacto con el famoso co­mandante anónimo, del cual el profesor Goudsmidt ha contado algunas aventuras en su libro Alsos. Este mis­terioso oficial, dotado de un humor negro, había dis­frazado sus servicios con la capa de una organización para la búsqueda de las tumbas de los soldados americanos. Estaba muy agitado y parecía que lo espoleaban desde Washington. Quería saber ante todo lo que Bergier ha­bía logrado descubrir o adivinar sobre los proyectos nucleares alemanes.> (Ibid., pp. 165-167).


Pocas obras he encontrado, en mi corta pero constante preparación, que expongan de una manera tan elegante y tajante, la deuda que el hombre llamado «moderno» tiene hacia el denominado «antiguo», y el desenlace final del primero por ignorar al segundo.


<Comprendí que, si hace poco no quería a las gentes que son sencillamente «modernas», tenía razón en no quererlas. Pero no lo tenía en condenarlas. En realidad, sólo son condenables porque su espíritu ocupa una fracción demasiada pequeña de tiempo. Apenas existen, se vuelven anacrónicos. Para estar presente, hay que ser contemporáneo del futuro.> (Ibid., p. 20).


<No somos materialistas ni espiritualistas: esta distinción no tiene ya para nosotros el menor sentido. Sencillamente, buscamos la realidad sin dejarnos dominar por el reflejo condicionado del hombre moderno (a nuestros ojos retardatario), que vuelve la espalda en cuando esta realidad adopta un aspecto fantástico.> (Ibid., p. 91).


<El gran efecto de la literatura llamada moderna es que nos impide realmente ser modernos. En vano se empeñan en hacer creer que "escriben para todo el mundo". Sienten que se acerca el tiempo en que el espíritu de las masas experimentará la atracción de los grandes mitos, de los proyectos de formidables aventuras, y que, si siguen escribiendo sus historietas "humanas", engañarán a las gentes con falsos hechos en vez de contarles ficciones verdaderas.> (Ibid., p. 467).


Negar la realidad con el fin de aceptar otra realidad, ha sido y sigue siendo la retórica exotérica (aún cuando ésta se autodenomine «esotérica») del culto religioso, de la demagogia moralista y del pensamiento científico "dominante". La diferencia tácita entre "lo que debe ser", llamado «ética», y "lo que es", llamado «moral», sume al hombre en una lucha patética y cansada de dogmatismos y falsedades justificadas, a su vez, en más dogmatismos y falsedades.


El hombre «es» un ser pensante, pero «debe» controlar lo que piensa.

El hombre «es» el centro del Universo, pero «debe» elegir un lugar.

El hombre «es», pero «debe» ser.


Hay un fondo y un trasfondo relegados a los pocos. El conocerse a sí mismo y decirle al paradigma reinante "¡Cállate y déjame el sagrado silencio para pensar y actuar!", es el mayor de los delitos que hoy en día se nos imputa. La realidad misma supera a toda ficción. La historia contada no es la verdadera; el método de estudio, hasta ahora utilizado, no es el único, y además, tiene un límite epistemológico: haciendo uso de él no se puede conocer «todo». Y este "no se puede conocer «todo» haciendo uso de él" se traduce como "la ciencia determina que no es posible predecir terremotos; no es posible la telepatía; no es posible la superposición de elementos; no es posible regresar el tiempo, etc." Vivimos en un sistema que determina "qué es posible" y "qué no es posible", sin importar si realmente lo compruebas por ti mismo. Mas ahora escucho esas voces que repiten, cual merolicos, "¿cómo comprobar por mí mismo lo que es posible o no, si los centros de investigación, cuya función es probar la falsedad o veracidad de cualesquiera hipótesis, no lo han logrado aún?" A esos hombrecillos, de moral corrompida, les responderemos, junto con Emmanuel Kant:

<La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela (naturaliter majorennes); también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea.> (Emmanuel Kant. Filosofía de la historia. Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 25-26).


Negar una preposición sólo porque "resulta" fantástica, es tan absurdo como aceptarla sólo porque resulta más real. La obra de estos franceses es, indudablemente, una obra para pocos: se necesita una cerrazón de mente quasi hermética para no sacar de ella más que pérdida de tiempo. El "socialismo mágico"; los fines ocultos del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial (Tercera, en realidad); la "teoría del hielo eterno" que influenció y determinó la visión de Hitler (adoctrinado por Hans Horbiger) y la persecución encarnizada de los científicos que se opusieron a dicha teoría; la porción "exotérica" y "los grados iniciáticos esotéricos" de la SS, al mando de Himmler; la puesta en práctica de los designios dictados a Hitler, en sus momentos de éxtasis mediúmnico, por "El Superior Desconocido"; las expediciones nazis a los templos tibetanos y la iniciación de militantes de la SS por lamas budistas...


<Es preciso elegir entre estar con nosotros o contra nosotros. De la misma manera que Hitler limpiará la política, Hans Horbiger barrerá las falsas ciencias. La doctrina del hielo eterno será el símbolo de la regeneración del pueblo alemán. ¡Tener cuidado! ¡Formad a nuestro lado antes de que sea demasiado tarde!> (Hans Horbiger, citado en El retorno de los brujos, p. 358).


<Detrás de la Alemania científica y organizada, velaba el espíritu de la antigua magia.> (Ibid., p. 388).


<El que sólo comprende el nacionalsocialismo como movimiento político, no sabe gran cosa de él...> (Rauschning, citado en Ibid., pp. 399-400).


...sociedades antiguas y desaparecidas (y olvidadas...); visitas interespaciales; presencia de elementos radiactivos 3 veces más potentes, en material interespacial impactado en Siberia, en 1908, y mucho más. Esta obra es para todos y para nadie. Y punto.


Los límites no han sido, siquiera, entrevistos. El Ser sigue siendo el mayor de los misterios, pero es sólo la mitad del Gran Misterio. Hay un punto donde los conceptos materia-energía, amor-odio, caliente-frío, dios-diablo, bien-mal, error-acierto, verdad-mentira evanecen. El pensamiento dicotómico es un atavismo del cual es menester desprenderse. El pensamiento analógico es campo abierto al escrutinio y al encaramiento. No se arrebatan los Cielos con el binarismo. Nunca lo lograrán. Hay un número incuantificable de estados de conciencia...y se abraza la dualidad como la verdad única: ¡cuán falso es esto! ¡Abracemos la locura, porque es en lo único en lo que hallaremos un atisbo de razón!


Imposible me es terminar este escueto texto sin antes transcribir algunas frases, de las cientos que hay en este pequeño libro de mediados del siglo XX, y dejar en el lector el efecto exaltador de las mismas. ¡Volteemos los ojos al pasado y postrémoslos en él, como Werther en Carlota, como Dante en Beatriz, como Tlacaélel en Citlalmina!

<El espectro de la luz se presenta así: a la izquierda, la ancha banda de las ondas hertzianas y del infrarrojo. En el centro, la faja estrecha de la luz visible; a la dere­cha, la banda infinita: ultravioleta, rayos X, rayos gam­ma y lo desconocido.


¿Y si el espectro de la inteligencia, de la luz huma­na, fuese comparable a aquél? A la izquierda, el infra o subconsciente; en el centro, la estrecha faja de la conciencia; a la derecha, la banda infinita de la ultraconciencia. Hasta ahora, sólo se han realizado estudios so­bre la conciencia y la subconciencia. El vasto dominio de la ultraconciencia sólo parece haber sido explorado por los místicos y por los magos: exploraciones secre­tas, testimonios poco descifrables.> (Ibid., pp. 506-507).


<¿Está el hombre normal dotado de un poder que no utiliza casi nunca, simplemente, según parece, porque le han persuadido de que no lo tiene?> (Ibid., p. 483).


<Mi padrastro (al que llamaré mi padre, pues él me educó) era obrero sastre. Era un alma vigorosa, un espíritu realmente mensajero. Decía a veces, sonriendo, que el primer fallo de los clérigos se produjo el día en que uno de ellos representó por primera vez un ángel con alas: hay que subir al cielo con las manos.> (Ibid., p. 9).



<Aunque las tristes máquinas sigan funcionando

no te espantes en demasía, amigo mío...

Cuando los pedantes nos invitaron a observar

de qué fría mecánica los acontecimientos debían dimanar,

nuestras almas dijeron en la sombra:

Tal vez sí, pero hay otras cosas...>

(Chesterton, citado en Ibid., p. 321).






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